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«Hombre sin chaleco reflectante», artículo de Manuel Saravia

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2016 en El Norte de Castilla

Hace unos pocos años se publicaba la historia del senegalés Ismail Kamra, arrastrando un carrito de la compra de color verde bajo la lluvia. “Va a Palos de la Frontera para hacer la compra semanal. Se protege con un amplio paraguas que le hace muy visible. Una suerte, porque ninguno de los escasos peatones que salpican la carretera viste prendas reflectantes” (M. J. Albert, El País, 23 de abril de 2007).

Llevaba entonces dos años y cuatro meses en España, “viajando entre Cataluña y Andalucía al son de las temporadas agrícolas”. Le tocaba hacer la compra de toda la semana para él y sus compañeros cada 15 días. «Compramos arroz, zanahorias, tomates, aceite… todo lo que necesitemos para la semana. Y cocinamos nosotros».

Ésa era la única ocasión en que Ismail salía de la explotación agrícola donde trabajaba, situada a una hora y media andando de Palos. El resto de sus horas libres prefería pasarlas en la misma finca, «viendo la tele, escuchando música o hablando». Como otros trabajadores, no le preocupaba caminar por la carretera, ni los riesgos que entrañaba. «No tengo ningún chaleco. Pero si lo tuviese, tampoco me lo pondría». Vaya.

No hemos visto desde aquel año ninguna política decidida en favor de la seguridad de quienes caminan en las salidas de nuestras ciudades. Y sin embargo urge. Es inaplazable porque poder andar es sinónimo de libertad. Porque “andando llegamos a los confines de la Tierra” (J. A. Millán, también para las demás citas).

Porque es una forma de conocimiento. “Caminar es la degustación de la distancia. Es apropiarse de la esencia del lugar». Porque andar es el ritmo natural de la vida. “El balanceo de la marcha humana ha acunado intrauterinamente a los recién llegados. Los libros de pediatría recomiendan para mecer al niño un ritmo similar al de la persona que anda”. Al mecer la cuna remedamos un paseo tranquilo. Decimos “duerme, mi niño”; y susurramos: “que estamos en marcha».

Pero apremia también porque la marcha a pie es el modo menos discriminatorio. Porque mucha gente no puede moverse sino andando. “Cuando la nobleza iba en carruajes y a lomos de bestias (los caballeros), nosotros andábamos”. Porque Ismail, y muchos como él, recorre a pie y tiene que recorrer a pie las carreteras simplemente para vivir su vida.