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La importancia de cuidar el agua de Valladolid

  • «La depuradora retira a diario 4.500 kilos de residuos, la mayoría toallitas tiradas al váter». Reportaje publicado en El Norte de Castilla de la Concejalía de Medio Ambiente

«No haga caso», es la recomendación. Nada de creerse esos mensajes que dicen que hay toallitas desechables que «se pueden arrojar por el wc». No es verdad. Después de usarlas, a la basura y nunca por el váter. Es la recomendación que hacen desde la planta depuradora del Camino Viejo de Simancas. Aquí, hasta estas instalaciones de Aquavall, llegan cada día kilos y kilos y kilos de toallitas que los vallisoletanos arrojan en sus cuartos de baño sin saber que se trata de uno de los problemas más graves (sino el que más) al que tiene que hacer frente el sistema de depuración de aguas.

Cada día, las máquinas y los trabajadores de estas instalaciones retiran de media 4.542 kilos de residuos de desbaste (la mayor parte de ellos, toallitas, aunque es difícil precisar la cifra exacta de este concepto).

En todo el año 2017 fueron 1,65 millones de kilos. Una barbaridad que se podría evitar y que, además, ahorraría dinero a los vallisoletanos.

La proliferación en el uso de este papel húmedo obligó en 2015 a instalar unos filtros especiales, unas rejillas de cribado en los canales de entrada del agua (una media de 110 millones de litros al día) para retener los residuos de desbaste (en su mayoría toallitas) y evitar que se colaran en la siguiente fase del proceso de depuración, con unas bombas que quedaban inutilizadas cada vez que estos productos se abrazaban a las turbinas e impedían su correcto funcionamiento.

El problema es que, digan lo que digan, no son productos biodegradables. No se deshacen con el agua. Se arrastran enteras por las redes de saneamiento y llegan casi intactas hasta esta planta de depuración. Los trabajadores tienen que retirar hasta seis veces al día (dos en cada turno) las toallitas atrapadas en las rejas, que son volcadas en un contenedor de obra que tiene que ser vaciado casi todas las jornadas. Allí se acumulan kilos de papel que son trasladados al vertedero municipal para su tratamiento.

Estas primeras rejillas, con un cribado de hasta cinco centímetros, ya retiran de circulación la mayor parte de estos productos. Los hay que se cuelan, pero afortunadamente hay un segundo filtro (de un centímetro) para afinar la retención de residuos. Algunos de ellos se arraciman en el acceso del tanque de tormentas, un gran depósito de contención para aquellos casos en los que arrecia la lluvia y es necesario regular el agua que entra en la depuradora para que la planta pueda dar abasto. Una gran mole de toallitas (prensada con el pelo que se cuela por los desagües) saluda a todo aquel que se asoma por las instalaciones.

«Es un serio problema al que tenemos que hacer frente y ante el que son fundamentales las campañas de información», explica la concejala de Medio Ambiente, María Sánchez, quien recuerda que la única alternativa para evitar estos problemas es dejar de tirar por el váter estas toallitas y arrojarlas en su lugar en el cubo de la basura. «La vertiente educativa es fundamental», aseguran desde Aquavall. Por eso, esta es una de las ideas en las que inciden durante las visitas escolares que de, forma periódica, se realizan a la planta. «Si los niños y jóvenes ven las consecuencias de tirar las toallitas, seguro que se lo comentan a sus padres para que tengan más cuidado».

El principal problema es la falta de conciencia respecto a los problemas que ocasionan un producto que se presenta como biodegradable y que incluso se anuncia como apto para ser tirado por el desagüe. Nada más lejos de la realidad. Y el problema es que el uso está cada vez más extendido y son más y más las cantidades que llegan a la depuradora. «Hace unos años, el principal problema eran los bastoncillos de los oídos», dicen en la planta. Hoy también hay compresas, pañales, restos de comida, aceite usado… pero, sobre todo, toallitas.

Algunas pueden llegar a deshacerse ligeramente en el agua, pero el proceso se prolonga durante al menos dos semanas, cuando desde que tiramos de la cisterna hasta que ese agua llega a la depurada apenas pasan 48 horas (si no menos). Así, las toallitas –que empezaron a usarse con los bebés y desde hace cuatro años su uso se ha extendido a toda la familia– y también el papel higiénico húmedo llega intacto a la planta de tratamiento, con todos los problemas que eso supone.

Hay ciudades que han calculado entre el 10% y el 18% el sobrecoste que generan para la red, según las cifras que maneja la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento (AEAS). En el conjunto del país, en torno a los 200 millones de euros de gasto extra para hacer frente a un problema que es evitable. En el caso de Valladolid no hay coste concreto sobre los efectos de las toallitas, pero solo la gestión y transporte de los residuos suponen 50.000 euros al año.

Los efectos se notan sobre todo aquí, en la depuradora, pero hay tramos de la red de saneamiento (especialmente aquellos con poca pendiente) que también pueden sufrir los efectos de este producto que, a diferencia del papel higiénico, no se desintegra con facilidad y obliga a invertir en nuevos equipos o a realizar tareas preventivas de mantenimiento para evitar problemas. «Los costes ambientales y económicos son elevados, por los atranques en el sistema de alcantarillado y la contaminación del entorno», concluye Sánchez, concejala de Medio Ambiente. La recomendación: no haga caso. Las toallitas húmedas… a la basura y no al váter.