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Rigoberta en el corazón, artículo de Manuel Saravia

Artículo publicado el 22 de septiembre de 2017 en El Norte de Castilla

 

Creo que es un récord. A nadie le ha durado me­nos el nombre de una calle. Un día se anuncia que la calle Fernández Ladreda pa­saría a llamarse Rigoberta Menchú, y 48 horas después se desanuncia. ¿Qué había pasado? Pues que, al parecer, en el perfil en Twitter de la Fundación de Menchú se criticaron las cargas policiales del 1-0 en Cataluña. Vaya.

El alcalde tiene la, prerrogativa de poner nombres. Y a fe que la hace valer. Anunció el cambio de denominación de ocho calles mi­nutos antes de que se votase una moción para eliminar la laureada del escudo de la ciudad. Proponía mantener esa condecoración (otorgada por Franco en 1939 por «aplastar la resistencia» el 18 de julio de 1936), péró solo como adorno, rechanzando el decreto de su concesión. Algo así como si al cambiar la bandera franquista por la democrática se hubiese mante­nido, como ornato, el águila del escudo (argumentando, por ejem­plo, que se trataba de una especie, protegida). Un absurdo que quizá podía aliviarse con el anuncio de los nuevos nombres de calles.

En el Génesis,se cuenta que Adán puso los nombres de todo. Pero el alcalde no está solo. Y po­dría (como se hace en otras ciuda­des) delegar esa competencia en algún organismo participátivo, de Cultura, o al menos consensuar las nuevas denominaciones con el equipo de gobierno. Y también po­dría renunciarse, de una vez, a nombrar edifcios, calles o plazas con nombres de personas. Pues, se quiera o no, estas designaciones son, en cierto sentido, injustas.

Un tanto aristocráticas. Ya que se deja fuera a centenares (miles) de personas que probablemente se merecerían una calle tanto o más que muchos de los que figuran en el callejero.

Lo gracioso es que Rigoberta se quedó sin calle por hacer lo que de­bería esperarse que hiciera: actuar con libertad. Se estará de acuerdo o no con sus mensajes, pero nunca se debería confiar en que se man­tuviese callada. La activista y pre­mio Nobel de la Paz hizo lo propio, y quitar el título anunciado por discrepar de su opinión es un poco raro. Pero la crisis de Cataluña no solio está despertando a la extrema derecha. También nos está vol­viendo a todos un poco más locos de lo que pensamos.

En un bonito artículo, Eduardo Mendoza nos recordaba lo poco que vale para la memoria de los personajes homenajeados poner­les una calle. Porque tales denomi­naciones «no significan nada para quien las transita, y esta neutrali­dad permite adscribirles recuerdos personales». Lo importante, en esos espacios de nombre que acaba siendo hueco, son los episodios vi­tales e intensos que podamos aso­ciarlos. Porque «nombres y recuer­dos bailan juntos». Qué bonito. Ri­goberta: no hace falta para quienes te quieran que des nombre a nin­guna calle, sino que te lleven di­rectamente en el corazón.