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«Los espacios cálidos», artículo de Manuel Saravia

  • Artículo de nuestro concejal publicado en Delicias al Día el mes de diciembre de 2019

Tengo ante mi dos libros y una noticia que hablan del calor de la vida. El primero nos sitúa ante la encrucijada básica, existencial, de la que no deja de hablarse en estos días. Publicado este mismo año, David Wallace-Wells construye un informe extraordinariamente documentado sobre las consecuencias del calentamiento del planeta en solo una generación. El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento (Barcelona, Debate, 2019) es un demoledor argumentario para alimentar la alarma general por el desastre medioambiental que acaecerá, e impulsar a la acción. No se anda con rodeos, y el libro empieza así, a bocajarro: “Es peor, mucho peor de lo que imaginas”. Y pronto se emplea en describir, en 12 capítulos, los “elementos del caos”.

Solo los títulos asustan: Muerte por calor, Hambruna, Ahogamiento, Incendio, Desastres ya no naturales, Falta de agua, Océanos moribundos, Aire irrespirable, Plagas del calentamiento, Colapso económico, Conflicto climático y “Sistemas”. Este último, que parece neutro, se refiere a las “crisis sistémicas”; y es el peor de todos. Para que nos hagamos una idea del contenido allá va este párrafo: “Un sorprendente estudio de Tamma Carleton sugiere que el calentamiento global ya es responsable de que se quiten la vida 59.000 personas, muchas de las cuales son agricultores, en India, donde se producen una quinta parte de los suicidios de todo el mundo”.

Tras el libro de Wallace-Wells pasemos a la noticia. Es de hace unos pocos meses, y decía lo siguiente: “Pobreza energética: la mayoría de los países de la UE, incapaces de calentar a su ciudadanía este invierno” (nuevatribuna.es). Según se cuenta, un estudio publicado este año por la Coalición Europea por el Derecho a la Energía indica que la mayoría de los países de la UE tienen “niveles significativos de pobreza energética”, y que son incapaces de proporcionar calor a todos sus habitantes durante este invierno. Recuerdo un proyecto de hace un par de décadas que puso en marcha la ciudad de Glasgow y que tenía un título muy expresivo de lo que pretendía: “Hogares cálidos”. Conviene también señalar que, según se informaba en el estudio citado, la proporción del presupuesto familiar que los hogares dedican a la energía está aumentando en Europa, especialmente en las familias de renta baja, para las que el gasto aumentó nada menos que un 33% entre los años 2000 y 2014.

Por de pronto, e incluyendo la pobreza energética como parte de los ODS de Naciones Unidas, urge recuperar la esencia de tales objetivos. Y hay que trabajar mejor, sin duda, pues ya solo nos quedan diez años para alcanzar el futuro que imaginamos hace tiempo en la Agenda 2030. Sin embargo, tenemos que trabajar en un entorno complicado. Pues, por un lado, hoy nos encontramos con una “atmósfera muy anti-intelectual” que lleva a sospechar de todos los debates de base técnica, científica o filosófica. Además ha emergido un fuerte discurso del odio y contra el multilateralismo. El mundo se ha estrechado y África ha quedado fuera de todo. Pero a la vez, nunca hemos visto manifestaciones de los jóvenes del mundo o del feminismo como las de los últimos años. Lo que sin duda ha de ayudar. Se ha dicho que son el primer puntal para detener cuatro años de retrocesos en igualdad y sostenibilidad. Y hemos de confiar en que sea así.

De la crisis climática y la destrucción de la biodiversidad se ha hablado mucho en estos días, como decíamos, en Madrid. Wallace-Wells resume en unas pocas líneas lo que hay que hacer, cuáles son “las herramientas de que disponemos para evitar” el caos. “Un impuesto al carbono y el aparato político necesario para acabar decididamente con la energía sucia, un nuevo enfoque de las prácticas agrícolas y eliminar la carne y la leche de vaca de la dieta global, así como inversión pública en energía verde y captura de carbono”. Claro, es obvio que no basta enunciar lo que hay que hacer en cuatro líneas para dar por hecho que se comienza a andar. Pero aunque se trata de una condición no suficiente, es sin duda necesaria. No es poco.

En todo caso nos falta comentar el otro libro que anuncié al principio. Me refiero a la selección de poemas de Vicente Gerbasi titulada Los espacios cálidos y otros poemas (Valencia, Pre-textos, 2005). Seguimos, por lo tanto, con el calor. Ahora de la mano de un autor que siempre está a vueltas con los mismos motivos (sobre todo la noche, la noche, la noche; y el trópico americano). Y lo traigo aquí, obviamente, por la afinidad del título, pero también para cerrar con uno de sus versos, atendiendo con ese gesto a aquella sugerencia de Steiner que decía que la literatura (la novela, la poesía) “debería ser nuestro instrumento de debate y de percepción, la metáfora puente entre mundos y saberes”. Puente y enlace entre los informes científicos, los requerimientos sociales, los miedos y los deseos, el anhelo de justicia, en medio del inmenso debate de naturaleza jurídica, moral, psicológica, económica y política en que nos encontramos. Ahí, en ese puente, han de encontrarse las novelas. No digo, obviamente, que una novela pueda sustituir a la acción política o social. Pero esas piezas literarias enlazan y conectan mundos y saberes imprescindibles.

Decía Gerbasi: “Lentamente, todas las mañanas eran nuevas”. Y necesitamos otra vez tener ante nosotros esa perspectiva. Que cada mañana anuncie un nuevo día que habrá de ser mejor. “Buscaré una bella ciudad al amanecer, aún con luces en los parques, como una reminiscencia donde duermen / las golondrinas”. No sé: un empeño común.

(Imagen: el Real Jardín Botánico de Madrid -un espacio literalmente cálido-, en estos días. Procedente de timeout.es/madrid)